sábado, 30 de mayo de 2009

el BAILARÍN de marinera


Desde pequeño tuve dotes para el baile. En las actuaciones del jardín y en las escolares participaba activamente con un entusiasmo inusitado. Cuando se puso de moda Grease con John Travolta y Olivia Newton-John, comencé a peinarme al estilo de Danny, el protagonista, zarandeaba los brazos y las piernas con los compases de "You’re the one that I want", "Summer nights" y "We go together" y soñaba con ser un bailarín profesional. Luego se impuso el grupo Kiss, con su popular tema "I was made for loving you", y de igual modo, me pintaba la cara e imitaba a Gene Simmons "El Vampiro" o a Paul Stanley "La Estrella" agitando el cuerpo como un contorsionista.

Mis padres me matricularon en clases particulares de marinera norteña. Al salir del colegio enrumbaba hacia la academia de baile donde Pepe, un iqueño delgadísimo y siempre sonriente bajo unos ralos bigotes, impartía sus lecciones con afable distinción, garbo y arrogancia cual si fuera un caballo de paso peruano.

El elenco de danzas estuvo integrado por diez parejas. En el salón de baile, Pepe se vestía con el traje típico del varón, blanco con listones rojos y un sombrero que le cubría la cabeza, para enseñarnos a mover las manos y los pies. Cuando instruía a las mujeres, cogía unas faldas, y, bien delineado y maquillado bailaba moviendo las caderas como la mujer más presumida de Huamanga. Nos divertíamos muchísimo con el salero del profesor de cuerpo esmirriado, coqueteo incansable y espíritu contagioso.

Tuve dos parejas durante ese tiempo, aunque ninguna colmó mis expectativas; danzaban espléndidamente, pero por algún motivo no eran de mi predilección. Me gustaba solo Sandrita, aunque ella siempre bailaba con Lucho o Miguel.

Sandra tenía el mismo apelativo que el personaje interpretado por Olivia Newton-John en Grease: Sandy, esta era para mí el fiel reflejo de la belleza americana, y Sandrita el cúmulo de la beldad huamanguina. Por las noches soñaba con sus apetecibles nalgas bailando para mí solito, ello se daba en un teatro exclusivo donde el único espectador era yo. La sensual danza del amor expresada en los compases de la marinera.

Cuando ella bailaba la imaginaba desnudita, me emocionaba y agitaba fuertemente el pañuelo, mis rodillas rozaban el suelo y podía ver su pubis lampiño. Yo danzaba con más ímpetu para que el latir de mi corazón se fundiera a través de ese golpe simbólico en su ritmo dulzón, quizá en un mensaje destinado a sus entrañas más íntimas, pero ella siempre prestó oídos sordos a mis invocaciones.

Un año mayor que yo, me llevaba una cuarta de estatura y era, para mí, la mejor bailarina del grupo. A medio año hicimos una excursión a Huatatas. En el campo todos jugaban al fulbito, voley o matagente; yo como ya tenía costumbre fui a perseguir sapitos en los charcos cercanos. Luego me interné entre los arbustos subiendo una pequeña colina. Recostado sobre la hierba, estuve pensando un buen tiempo en Sandrita, cuando de pronto escuché voces femeninas. Era la mujer que cautivaba mis fantasías con un par de amigas más. Debajo de un árbol se quitaron la ropa para luego ponerse sus trajes de baño y de puntillas meterse a las corrientes aguas del arroyo. Boquiabierto mis ojos se clavaron en los nacientes senitos blancos de Sandra.

Por las noches antes de dormir pensaba en ellos, la culpabilidad me mataba, rogaba a Dios que perdonara mis terribles elucubraciones y rezaba una infinidad de Padre Nuestros y Ave Marías hasta que caía en las fauces del sueño; no obstante esa imagen permaneció en mi memoria durante largo tiempo.

Las lecciones de marinera fueron cada vez más exigentes, pues ya no solo se necesitaba bailar bien, sino dominar la danza del pañuelo y la coquetería, y formar un solo ser con nuestra pareja. Teníamos que conocer al dedillo nuestros movimientos, y, lo conseguimos. En los eventos que participamos cosechamos aplausos y parabienes. Pepe se llevaba las palmas y felicitaciones por el buen elenco que había creado.

Pero llegó la despedida, las clases terminaron con el fin del año escolar y para la siguiente temporada se anunció en vistosos carteles las sensuales danzas selváticas. Nuevamente organizaron un paseo silvestre. Yo seguí con mi acostumbrada rutina de atrapar sapitos y recostarme en la tórrida pampa para soñar con los ya entonaditos pechos de Sandra, cuando sentí voces cercanas que evadieron mis pensamientos.


Era ella, esta vez acompañada por Lucho, se acomodaron bajo un árbol y se besaron con tanta pasión y frenesí que me dejaron desconcertado, él la abrazaba y acariciaba, y en un estornudo de tísico le quitó la blusa y chupeteó sus hermosos pechos, esos que habían —hasta tan solo unos segundos— pertenecido a mis dulces quimeras. Las lágrimas humedecieron mi rostro instantáneamente y fui corriendo con una honda pena en el alma hacia donde estaban los demás. El pedestal que había construido para la mejor bailarina de marinera se quebraba en mil pedazos a medida que me alejaba de la espesura del bosque.

Nunca más volví a recibir clases de marinera, solo bailé por compromiso en algunas fiestas familiares. Pepe regresó a su ciudad natal y el resto del grupo empezó a recibir clases de festejo en el Instituto Nacional de Cultura. Regalé los pañuelos y el sombrero que me habían sido de doble utilidad. La marinera dejó de ser parte integral de mi vida, olvidé las tetitas de Sandra que ya no me pertenecían, me las habían arrebatado con un cariz imprevisto y cruel. El bailarín que una vez anidó en mí, murió ferozmente destetado.


4 comentarios:

  1. Pañuelo blanco me diste, pañuelo para llorar, de qué me sirve el pañuelo si tu amor no ha de durar... tralará...

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  2. Willy, me parece que la bailarina no se llamaba Sandra, no quiero decir su verdadero nombre pero ¿por qué no pusiste su verdadero nombre?
    Luis

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  3. Puta, huevón, ¿no sabías mover el pañuelo o qué? Le hubieras aplicado un "Gato blanco" a su "Concheperla" y no te hubieran salido cachos antes de tiempo.
    Jajajajaja

    Marlon desde USA.
    A ver cuándo escribes algo de nuestra época.

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  4. Hola Wilitro y medio, acaban de pasarme el enlace de tu blog, está bacanazo. Sigue adelante haciéndonos cagar de la risa. Saludos desde el rincón de los muertos. Salud con cristal, franca o cualquier huevada. Alberto Mendoza albertomendoza@yahoo.es

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